
De pronto, le invadió  la certeza de una lección bien aprendida: Se podía ser feliz sin amor.  En efecto, sus besos no le emocionaban en absoluto, su corazón no se  estremecía al contacto con su piel, su presencia no lograba borrar los  recuerdos. Pero era feliz... ¿O era sólo la idea que se había construido  de la felicidad? Y la verdadera felicidad estaba ahí: cruzando la  calle, en un tranvía que se escapaba lento.

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